VALENTÍA:  (Audacia, Empuje, Entereza, Temple, Osadía)

La valentía es la disposición del alma que, cuando se trata de soportar los avatares, obedece a la ley suprema de la razón. Mantiene un juicio firme a la hora de afrontar y rechazar las situaciones más temibles. Admiramos a las personas valientes porque dan muestra de un temple que, en no pocas ocasiones falta a la mayoría, no solo en momentos trascendentales de la vida de una persona, sino en situaciones ordinarias. La valentía inspira admiración porque los hombres tenemos miedo de muchas cosas y somos débiles: tememos al frío, a la soledad, a la pérdida de los seres queridos, a la enfermedad, al ridículo, a quedar mal, a la muerte, a no ser aceptados. Nos reconocemos frágiles y nos consideramos perdidos en muchas circunstancias. Fuera de los peligros físicos, nos asustan muchas situaciones ante las que nos sentimos indefensos y poco preparados. Todos admiramos al héroe. Nos embarga la emoción al ver cómo se enfrenta al peligro incluso de muerte. Lo hace sin titubear y por supuesto, sale vencedor. También nos impresiona la negativa a darse por vencido ante las dificultades, la enfermedad o las desgracias. Por otra parte, las personas miedosas nos agradan poco y consideramos ridículo su miedo y su apocamiento. Muchas temen a la oscuridad, a quedarse solos en casa, a caminar por sitios solitarios, a subir a un avión, a las tormentas: viven estremecidas por múltiples temores, bastantes de ellos imaginados y poco reales. Otros son valientes por naturaleza, la valentía es un rasgo de su carácter. Pero esta actitud se convierte en verdadera virtud cuando va dirigida al bien. Para alcanzar el rango de valor humano, la valentía requiere el ejercicio de la inteligencia y de otros valores: en la valentía confluyen fortaleza, confianza, optimismo, esperanza, serenidad, magnanimidad y prudencia. Sin la prudencia surge la temeridad, que no es valor alguno. La valentía es una cierta combinación de esto valores, que solo se pueden ejercer si la persona se ha esforzado por adquirirlos. El valiente, ante una situación arriesgada, inesperada, no se autojustifica ni se detiene por miedo: toma una decisión y actúa. El hombre de valor sabe mantenerse en el justo medio y obrar como lo exige la razón. Los temerarios corren con mucho ardor en busca del peligro. Los valientes, por el contrario, se mantienen serenos y decididos en su puesto de acción. Nunca presumen de su valentía.

Las desventajas de la cobardía: Es oportuno, quizá, considerar qué es la cobardía y cuál es la raíz de las actitudes y actos de la persona cobarde para comprender, por contraste, el carácter de la persona valiente y audaz. La cobardía quita libertad, reduce la posibilidad de alcanzar objetivos y limita la capacidad de hacer el bien; por eso es algo a superar. Las personas pueden ser cobardes por causas muy diversas: Escasa seguridad en sí mismas. Timidez. Ignorancia sobre sus propias cualidades reales, que de modo sistemático infravaloran. Exagerada imaginación que las lleva a agrandar peligros menores, a veces irrelevantes o, incluso, inexistentes. Poco realismo para valorar las circunstancias. Escaso ejercicio de la inteligencia, que podría ofrecer más claridad sobre los peligros reales y el modo de superarlos. Falta de energía interior y de carácter. Miedo al sacrificio y al dolor. Excesivo miedo: Con este bagaje se reducen las posibilidades de hacer el bien, de vencer obstáculos, de conseguir objetivos que están al alcance, de ayudar a los demás, de ser generosos. Así, la vida se hace pequeña y la persona crece poco: cuando uno se limita a ir tirando y a hacer solo lo fácil y seguro, viviendo exclusivamente en el círculo de lo cómodo, las personas se hacen cada vez más blandas, pierden el vigor para sostener su propia existencia. Seamos valientes, decididos ante las dificultades de la vida. Quizá podríamos pensar que en una existencia corriente no es tan necesario este valor; que con suerte no tendremos que ir a la guerra y tampoco hemos tenido la oportunidad de ser espías. Pero siempre puede aparecer o no la circunstancia inesperada de peligro. Lo que sí se presenta prácticamente a diario es la necesidad de tomar decisiones que exigen sacrificio, ocasiones en las que conviene decir la verdad a pesar de las consecuencias, emprender trabajos difíciles, apostar por acciones que implican riesgos y si no se toman decisiones, las empresas no prosperan, los proyectos no salen adelante, no se ejerce la autoridad, no se exige a los hijos que cumplan con sus deberes, no se corta con situaciones que nos perjudican, no se asumen las exigencias de una paternidad responsable: la vida se hace pequeña, no se desarrolla. La temeridad: La temeridad se sitúa en el extremo opuesto a la audacia porque las acciones temerarias son contrarias a la razón, al sentido común. En muchas ocasiones están motivadas por la vanidad, pero, en el caso de que la aventura no termine bien, este tipo de hazañas no suelen ser alabadas por la gente común, que descubre los motivos y los critica, probablemente con dureza. La vida del temerario suena a falso, a campana rota. Otras veces la temeridad procede de decisiones tomadas a la ligera, sin considerar bien lo que se arriesga y sin valorar las consecuencias. Hay ocasiones en las que se obra así porque la persona está cegada por la cólera. El temerario es el hombre que se lanza al peligro sin pensar en él, ni en sus posibilidades de superarlo, ni en sus posibilidades de éxito. Este frívolo desprecio del peligro se debe al orgullo o a la falta de amor o de inteligencia. Las personas temerarias prestan poca atención a la realidad y a los consejos de otros, pueden causar estragos a su alrededor, hunden proyectos, provocan la ruina, pueden llegar a ser un obstáculo serio para la tranquilidad de la familia. La osadía desmedida ofende a todos, porque pone en riesgo su seguridad. El valor de la prudencia permite establecer con claridad dónde termina la valentía y dónde comienza la temeridad. A veces se identifica erróneamente la valentía con no tener miedo. El justo es alabado porque el temor no le aparta del bien, no por falta completa de temor. La persona valiente no ignora la realidad, sino que es consciente de que el daño al que se expone es un mal, y ante el mal el hombre siente miedo. No consiste, pues, en no sentir temor, sino en no dejar que el temor fuerce al mal o impida realizar el bien. Es valiente el que hace frente a la dificultad que le produce temor, no por ambición ni por miedo a ser tachado de cobarde, sino por amor al bien. Para alcanzar tal valentía, el hombre debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien a que se entrega. Este valor camina al paso de la capacidad de sacrificarse.  Se requiere valentía no solo en las situaciones extremas de peligro, sino también en la vida diaria para decir la verdad, hacer justicia, ejercer la caridad y ayudar a los demás, para ser sinceros, para tomar decisiones complicadas. La valentía acrecienta la libertad, amplía el campo de acción; conforme se actualiza, hace a las personas más capaces para vencer obstáculos difíciles en el futuro.

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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE.  Conozca sus fortalezas, T. Rath.  Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com

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