MADUREZ: (Plenitud, Sensatez, Equilibrio, Moderación)
Buen juicio. Edad de la persona que ha alcanzado su plenitud vital sin haber llegado necesariamente a la vejez. Solo manteniendo los valores morales puede desarrollarse el humanismo verdadero, la dignidad humana, la libertad auténtica. Plenitud humana: La palabra madurez resuena en nosotros como plenitud. No es exactamente una virtud, pero lleva consigo un conjunto de cualidades, de actitudes positivas y de valores alcanzados a través de una conducta recta; valores adquiridos con esfuerzo a través del tiempo. En cada hábito bueno, en cada valor, están enlazados las demás. No existe un valor aislado: una persona no puede ser prudente si no es fuerte, no podrá permanecer alegre si no es generosa, sin serenidad no puede ser paciente, no podrá dialogar si no es respetuosa, si no es prudente no llegará a ser justa. La madurez indica también armonía y equilibrio, logrado en el intento diario por superar las dificultades y ayudar a los demás. Se pueden trazar los rasgos de una personalidad madura, diferente en cada uno: diferencias de carácter, estado, entorno y de acuerdo con la historia de cada persona. No es necesario alcanzar una edad avanzada para tener madurez. 1.-Es posible definir los rasgos de una conducta y de una personalidad madura: Las personas, los acontecimientos, las cosas son como son. Aceptar la realidad. La objetividad lleva consigo el conocimiento justo de la realidad, tanto de la propia como de la exterior. Significa una mirada que reconoce las cosas como son y las acepta con respeto, captando sus aspectos y advirtiendo el modo más oportuno para actuar con acierto. Saber distinguir en cada situación lo que está al alcance de la propia acción, de lo que no se puede ni quizá se debe cambiar por el momento. -2.-Objetividad: En relación a la realidad interior: aceptar que uno mismo, como persona irrepetible, tiene sus propias virtudes y defectos, habilidades y limitaciones. Nadie es solo portador de virtudes ni solo de defectos. No se deben infravalorar las limitaciones, ni dar excesivo peso a las buenas cualidades. Todo con mesura, sin estridencias. La idea que uno tiene de sí mismo influye en gran medida en la percepción de lo exterior; la interpretación que formulamos de las personas, circunstancias y situaciones, está en consonancia con nuestra actitud, edad, estado y condición. Objetividad, pues, es aceptar la realidad de las cosas, admitir que la vida cambia y que muchas veces es difícil adaptar nuestro interior a esos cambios, asumir las limitaciones: quizá, no somos tan inteligentes como pensábamos, y hemos perdido agudeza visual, nuestros movimientos son más lentos y torpes, oímos peor, nos cansamos antes. Los años pesan y dejan su huella. 3.- Aceptar lo distinto y diferente: Una persona en su madurez no emite juicios tajantes y radicales, más propios quizá de personas más jóvenes, para las que todo es blanco o negro, sin aspectos intermedios: no saben que la vida está llena de matices. Las personas somos distintas y tenemos opiniones diferentes, y reconocerlo es necesario para el trato: saber que aquel es así y respetarlo. Es conveniente conceder y facilitar a cada uno lo que se adecua a sus gustos: que aprecia el buen vino, que prefiere el huevo frito a la tortilla. Aunque nosotros preferimos lo contrario. Convivir pacíficamente, conformes con modos que nos gustaría que fuesen distintos; no venirse abajo porque no tengamos las mismas posibilidades de éxito que tienen, a veces, amigos o hermanos, o nosotros mismos hace quince años. 4.- Autonomía: Capacidad de decidir por uno mismo. Es autónomo el que no se deja llevar por el qué dirán, sino que tiene claro lo que debe hacer y procura llevarlo a cabo, con independencia de la opinión de quienes le rodean. Resuelve los asuntos que le conciernen, pide consejo si lo necesita y solicita ayuda con sencillez para lo que no puede hacer solo: no inquieta constantemente, pero pide favores para alcanzar lo que no puede por sí mismo. Acepta que necesita ayuda sin sentirse humillado por eso. Una razonable autonomía lleva a no estar siempre preguntando, como los niños, qué hacer y cómo hacer. Es conjugar el ser humildes y admitir que se presentan muchas cosas que no sabemos hacer, con el decidir y resolver por nosotros mismos lo justo y oportuno. Y eso es distinto de la pereza de pedir que nos hagan trabajos y gestiones que podemos hacer nosotros mismos con un poco de buena voluntad. Esto es una sana autonomía. La madurez de una persona está cimentada en una profunda humildad. 5.- Responsabilidad: Cuentan que tras el incendio de la fábrica de material deportivo que pertenecía a una gran compañía, durante la reunión de emergencia, muchos de los directivos opinaban que debían presentarse en el siniestro para resolver la situación. Pero el presidente les aconsejó de otra forma: no hagáis nada, ellos saben qué deben hacer. Al año siguiente el director de la fábrica, ya reconstruida, estaba al frente de toda la compañía. Responsabilidad es comprometerse del todo en resolver, implicarse con la posibilidad de equivocarse. Comprometerse, dar respuesta adecuada a lo acordado: deberes, obligaciones, compromisos, promesas, echarse sobre los hombros, pechar con lo que corresponde. Todo lo contrario de no querer para mí lo más molesto, lo menos brillante, lo poco atrayente a los demás. 6.- Trabajar con eficacia. Es otro rasgo de la madurez que se consigue con la experiencia, y que concede una visión amplia y profunda de las tareas que se tienen entre manos. Con la madurez se está más dispuesto a asumir responsabilidades, a invertir sin reservas el tiempo que precisa cada tarea; ya no se trabaja por el éxito, sino por metas que valen más la pena. Algunas características del trabajo responsable: -Orden de prioridades, que lleva a distinguir lo urgente de lo importante, lo apetecible de lo necesario. -Dedicación: No pasar de modo desordenado de una tarea a otra sin terminar bien ninguna de las dos. -Intensidad: poner pleno interés en estudiar y resolver los asuntos sin perder el tiempo. -Visión de conjunto: permite tener presentes los fines, los objetivos a corto y medio plazo; conocer el ámbito y el ambiente en que se desarrolla y del que depende el propio trabajo. -Buena comunicación: con el resto del equipo en el que se trabaja y una buena relación con los compañeros. -Disposición de ayuda a los demás. -Paciencia y tenacidad: ante las cuestiones y los trabajos difíciles de llevar a término. No rendirse fácilmente. –Ánimo: Superar estados de ánimo que puedan influir negativamente en la tarea que se realiza. –Serenidad: Mantener la calma en los momentos difíciles por los que pasa toda persona. 7.- Advertir lo importante, reflexionar, relativizar: Dar la importancia que corresponde a los problemas, conflictos e imprevistos, sin exagerar ni minimizar los asuntos. Cada situación tiene una importancia real que conviene advertir y valorar para actuar en consecuencia. Conceder la importancia real que tienen los acontecimientos. No dejarse llevar por la sorpresa o la perplejidad, actuar con serenidad. Las personas con madurez saben distinguir entre lo importante y lo urgente, lo accidental y lo esencial, el todo y la parte. Y con un poco de sentido del humor, la madurez sabe encontrar, en ocasiones, la parte menos seria y severa de las cosas. Reír no es despectivo ni burlesco; es un alterar las coordenadas sin que esta alteración destruya lo esencial. No siempre se puede y se debe reír, pero sí descubrir ese aspecto más amable, menos trágico, y poner un punto de buen humor en una situación complicada: casi siempre es posible. El verdadero sentido del humor no lastima, no humilla, al contrario: es consuelo, una forma de quitarle hierro a una situación. En las relaciones interpersonales el sentido del humor hace más grato y amable el trato, sirve de bálsamo que alivia las tensiones o, por lo menos, las hace más suaves, más llevaderas. Quien tiene sentido del humor no hace tragedia de algo circunstancial. 8.- Ideas propias, flexibilidad de pensamiento y liberalidad: Una persona en la madurez ha adquirido una visión más certera; sabe juzgar y discernir lo más adecuado entre la alternativa que se le plantea, como fruto de lo que observa, razona y escucha a los otros. Tener ideas y experiencia es un factor importante para hallar mejores soluciones, si se aceptan las propuestas de los demás, si se reconoce su libertad de pensar y de sentir de modo diverso al propio o incluso, de manera contraria. Se trata de mantener las ideas propias sin caer en la cerrazón de no ceder, de no apreciar opiniones de otros. La flexibilidad es otra manifestación de madurez. Significa mente abierta al cambio, si este supone una mejora para la persona o personas que nos rodean; el hombre flexible está más dispuesto a escuchar que a oír. Se da cuenta de que hay mucho que se puede mejorar. Por eso adopta una actitud constructiva cuando se le presentan problemas: aprovecha lo positivo y procura sacar partido de lo negativo. Está dispuesto a poner a prueba sus ideas, no se molesta ni se torna agresivo si sus sugerencias no se ponen en práctica. Acepta que puede equivocarse. No absolutiza. Ser flexible implica un respeto y una valoración positiva de las personas, mirar a todos sin prejuicios, acoger sus ideas si es oportuno, ceder la propia opinión; admitir todo lo bueno, aunque uno mismo no lo haya pensado hasta ese momento, sin sentirse derrotado, sino contento porque ha aparecido una solución mejor. La verdadera madurez es juventud, frescura en la inteligencia y en el corazón. Consideramos que una persona madura, una vida lograda, es un triunfo sobre muchos acontecimientos adversos, sobre muchos dolores y decepciones, sobre la memoria de seres muy queridos que se fueron; y muchas penas superadas. La persona de edad que ha logrado una personalidad madura tiene el rostro sereno de quien ha amado de verdad, ha culminado muchos trabajos, ha mantenido su familia con gran esfuerzo, ha alcanzado gozos inesperados, innumerables alegrías, cuenta con amigos leales. Qué breve es la duración de nuestro paso por la tierra. Estas palabras suenan en lo más íntimo del ser, como un reproche ante su falta de generosidad y como una invitación constante a ser leal. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. Aprender a envejecer: Es una asignatura difícil. Esta plenitud no llega solo con el transcurso lineal del tiempo. En esta etapa, la vida es muy distinta, y para adaptarse es necesario, en primer lugar, reconocerlo. Quizá, ser humilde para reconocerlo. Asignatura que, por otra parte, no se puede elegir, y en la que tampoco se dan aprobados generales. Envejecer es un arte, y por eso requiere aprendizaje. En ello se pone a prueba toda la vida. La riqueza del ser humano vive en interior. La vejez invita a mirar dentro de nosotros y descubrir allí el tesoro de la experiencia, de los recuerdos y de tantos conocimientos adquiridos. Dormir mal, notar un extremo cansancio sin estar precisamente enfermo; padecer un centenar de malestares hasta el presente desconocidos y ahora, intensamente sentidos, sin saber qué nos pasa ni a qué se deben. Además, estos males nos pueden parecer una injusticia, mientras que los demás los ven naturales. Quizá sea un poco exagerado, pero físicamente las cosas pueden ser así y es conveniente admitir esta realidad para que no crezca una rebeldía contra la vida, la naturaleza o contra todos. Como consecuencia de esos estados, en el plano emocional aparecen otras consecuencias: surgen inseguridades y temores; quizá también el afán de acumular cosas por si acaso son útiles en algún momento, como si de esta forma se pudieran evitar males y carencias inverosímiles. Se presenta la idea de haber aprovechado bien la vida, la amargura por lo que se ha hecho mal. Saber envejecer consiste en elaborar una estrategia que permita distinguir lo posible de lo imposible, combinar la abnegación con la esperanza, los proyectos con las acciones realmente asequibles. Y saber que puede llegar el momento en que ninguna de estas cosas se podrá llevar a cabo porque puede que fallen la inteligencia y el razonamiento. Entonces la perspectiva es dejarse ayudar, llevar, conducir. Cuando eras más joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando hayas envejecido, extenderás tus manos y otro te llevará a donde tú no quieras ir. Convivir pacíficamente con tan abundantes molestias requiere la madurez que proporcionan los valores que se han hecho vida propia; sin ellos, los últimos años de la vida se hacen más penosos de lo que son. En la vejez solo podemos aceptarnos si edificamos nuestra vida, lo que aún reste, sobre cimientos sólidos. Un conjunto de consejos prácticos nos podría ayudar a enfocar bien estas circunstancias: -Cuidar nuestra imagen exterior día a día. Que al vernos se alegren el espejo y los ojos de los demás. -No conviene encerrarse en casa ni en la habitación. Es muy bueno salir a la calle y al campo de paseo. -Hacer ejercicio físico, si se puede. -Evitar actitudes y gestos de viejo derrumbado: la cabeza gacha, la espalda encorvada, arrastrar los pies. Unas veces es evitable, otras, no. Hacer lo que se pueda, pero esforzarse. -No hablar de la edad para quejarse de los achaques. -Cultivar el optimismo sobre todas las cosas. -Tratar de ser útil a uno mismo y a los demás. -Trabajar con las manos y con la mente. -Mantener vivas y cordiales las relaciones humanas. -No pensar que todo tiempo pasado fue mejor. No pocas veces fue peor. Son sugerencias que salen al paso de las tendencias más comunes y de las inseguridades y temores que surgen con la edad avanzada. Son los valores adquiridos y practicados lo que permite que esta última etapa de vida en la tierra sea lo más serena y pacífica posible, a pesar de ser probablemente la más difícil de todas. La madurez no es el anuncio de un final total. La madurez es una cima desde la que se puede contemplar un paisaje incomparable. Desde aquel lugar, quizá un tanto estrecho, podremos decir: Valía la pena contemplar. No dejarse llevar por el afán de disfrutar de las cosas un poco más todavía, porque esto se acaba; moderar el deseo de apurar lo que queda de vida; frenar la inquietud por llenar de bienes materiales un tiempo que pasa cada vez más deprisa.
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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE. Conozca sus fortalezas, T. Rath. Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com
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