Los Valores Morales
Joyas generadoras de éxito, paz y bienestar en su vida
LIBERTAD: (Autonomía, Albedrío, Independencia)
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Cuando redactó esta consideración, Cervantes conocía bien lo que es estar en prisión. En los cinco años que estuvo encarcelado, trató de escapar en cuatro ocasiones, y no lo consiguió: No hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida, pudo decir con la voz de una experiencia vivida. La libertad es un don concedido al hombre, solamente a él. Del animal no se puede decir que es libre. No se trata solo de una capacidad de elección entre diversas opciones; este es solamente el aspecto práctico. La libertad es más honda, es el propio ser de la persona, que está orientado hacia una finalidad. Es el señorío de quien, mediante los valores, es dueño de sus propios actos, y no un esclavo de las tendencias desordenadas, presentes en todo ser humano». De la libertad emana este imperativo: sé mejor, ve a más, vive de acuerdo con lo que eres: Una persona destinado a hacer el bien, para ser bueno. La libertad humana no es absoluta, las leyes del universo material en que vivimos establecen unas condiciones: si quiero ir a Toledo, no puedo ir en las mismas fechas a Cádiz. A raíz de la maldad, la naturaleza humana perdió aptitudes que le hubieran permitido un vivir más amplio y hondo, con mayor felicidad y con más poder para hacer el bien. En la vida actual la libertad es limitada, se encuentra herida. La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad». La libertad humana no se justifica por sí misma; requiere un fin, unos objetivos que le proporcionen sentido: el bien, lo mejor. Al vivirla de este modo el hombre crece como persona, adquiere virtudes, ama y sirve a su familia, coopera con los demás a través de su trabajo, puede construir una sociedad más justa y solidaria.. Cada jornada abre ante nosotros el abanico de los deberes y compromisos, de los trabajos, de las conversaciones, del hacer y deshacer. Las horas del día presentan múltiples opciones y solicitan decisiones. Este es el campo habitual en el que podemos ser libres o permanecer coaccionados interiormente por tendencias que no son rectas: la inclinación a la vanidad y al egoísmo, el peso de la pereza, la atracción por lo placentero... No somos libres cuando cedemos a estas presiones. Ser esclavo de uno mismo es una desgracia. Las horas de una jornada cualquiera presentan continuamente disyuntivas y conviene elegir bien: llegar o no llegar puntuales al trabajo, salir del metro a empujones o respetar a quienes tenemos delante, saludar o no saludar a los conserjes, empezar a trabajar enseguida o estar de cháchara durante tres cuartos de hora con los compañeros del despacho, permanecer atentos a los asuntos para resolverlos bien o interrumpir continuamente la tarea para revolotear en internet. Y al volver a casa aparecen otras alternativas: atender las tareas escolares de los pequeños o ver la televisión, preparar la cena con la mujer o sentarse a leer, hacer una llamada a un amigo enfermo o no llamarle. La realidad reclama constantemente el ejercicio de esta libertad precisa y concreta; a la vez, surge también ante nosotros una llamada a la generosidad: nuestra voz interior nos sugiere elegir lo bueno. Y somos conscientes de nuestro poder. Es en estos dilemas donde la aventura de la libertad se hace real: sencillez o vanidad, esfuerzo o pereza, egoísmo o servicio, sonrisa o desprecio, ayuda o zancadilla, amabilidad o indiferencia, verdad o mentira. Todo me es lícito, mas no todo me conviene. Todo me es lícito, mas no me dejaré dominar por nada. Habéis sido llamados a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros. Existen numerosos obstáculos para ser libres por dentro, y la experiencia nos dice que tales barreras no son fáciles de conocer y reconocer para poder destruirlas. Sin embargo, la libertad interior es una conquista necesaria a la que todo hombre aspira, en muchos casos sin saberlo, sin tener la conciencia clara de este deseo. Contamos con testimonios de personas que, en las circunstancias más denigrantes, en ausencia absoluta de libertad material, han descubierto esa forma honda y plena de ser libres; la han alcanzado, precisamente, en esas circunstancias y, cuando más tarde han sido liberadas, declaran que, sin haber pasado por esas penalidades y haber sufrido la prisión o un secuestro, no habrían descubierto jamás esa libertad honda y con ella la felicidad. Pero, sin llegar a estas circunstancias extremas y graves, esta libertad solo se alcanza a través de la madurez: no propiamente con la madurez que traen los años, sino con la adquisición de un conjunto de valores y de actitudes que hacen a las personas fuertes, sinceras, humildes, profundas, serenas, realistas. Viktor Frankl afirma la necesidad de descubrir el sentido de la propia existencia, esa meta por la que merece la pena vivir. No se trata solamente de un proyecto particular ni de un objetivo profesional. Es un proyecto que abarca también la vida de otras personas a las que se ama y se desea servir, vivir para ellas. Es una meta definida que ordena todos los ámbitos de la existencia, señala objetivos, esculpe el carácter, permite avanzar sin prejuicios y libera de respetos humanos. Establece prioridades, hace intensos los días, convierte el tiempo en el recurso clave para entregarse a los demás y amarles más, para hacer de cada tarea un servicio. La libertad interior requiere conocimiento propio, dominio de sí, madurez: disposiciones estables que permiten contemplar la vida como oportunidad de crecimiento constante. Mil firmes ataduras se han roto, respiro liberada, me siento fuerte y miro con ojos brillantes a mi alrededor. Y ahora que no quiero poseer nada y que soy libre, es cuando lo poseo todo, ya que mi riqueza interior es infinita. Es el testimonio de una joven judía, que murió en el campo de Auschwitz, y expresa muy bien el modo de esta libertad. Con menor frecuencia se ofrecen a nuestra libertad encrucijadas en las que, según la respuesta, nuestra vida tomará sentido en una dirección o en otra muy distinta: el matrimonio, el sacerdocio, el celibato. Quien prefiere reservarse la libertad sin ejercerla, corre el riesgo de hacerse esclavo de sí mismo, de los demás, de muchas condiciones externas de las que debería ser dueño. No se es más libre cuando se evitan decisiones definitivas o reduciendo el número de elecciones comprometidas. Ante quienes prefieren quedarse en suspenso ante disyuntivas como estas, se les podría decir: entonces, tu libertad ¿para qué?, ¿para nada? La felicidad que buscamos no se alcanza por la vía del egoísmo, la indecisión o el temor, porque hemos nacido para amar y nuestro corazón necesita un gran amor libremente abrazado y sostenido en el tiempo. Tan libres como nosotros mismos son todos los demás. El reconocimiento de los derechos ajenos nos lleva a moderar nuestras iniciativas, a actuar con prudencia y liberalidad, a ser flexibles, a respetar las acciones y las opiniones de todos. Lo contrario no es libertad ni caridad: la persona humana no se siente indiferente ante la suerte de los otros hombres, y debe tratar a todos con respeto; pues cuando este amor decae, existe el peligro de una invasión de su libertad y de su conciencia. Con frecuencia consideramos que tolerar es suficiente, pero la tolerancia es un bien corto. Cuando transigimos y soportamos, solo hemos recorrido la mitad del camino en la aceptación del otro: lo oportuno es el reconocimiento de su valor y dignidad. Respetamos la libertad ajena cuando acogemos a la persona, cuando escuchamos, comprendemos, aceptamos, compartimos lo que se puede compartir. La gran tarea de todos se puede describir así: Estamos obligados a defender la libertad personal de todos; si no actuamos así, ¿con qué derecho reclamaremos la nuestra?... Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y a poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar al Creador, porque la conciencia, si es recta, descubrirá sus huellas en todas las cosas, es decir debemos crecer espiritualmente. En la educación de los hijos es importante encontrar el equilibrio entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día, también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. Es posible establecer esas reglas sin amargar ni agobiar a los hijos. A veces, se piensa que serán más felices si se les deja actuar como quieran, pero no es así. Entre otras cosas, unas normas de comportamiento transmiten seguridad, refuerzan los lazos entre los padres y los hijos, son fuente de tranquilidad en la casa. Junto con la transmisión de la fe y del amor, una de las tareas más grandes de la familia es la de formar personas libres, responsables, respetuosas y honestas. Por ello, los padres han de ir devolviendo a sus hijos la libertad, de la cual durante algún tiempo son tutores. Los niños tienen libertad porque son personas; sin embargo, no saben ni pueden hacer uso de ella. Son los padres quienes les enseñan; mientras ellos son pequeños, sus padres son los depositarios de su libertad y, poco a poco, deben enseñarles a ser libres para que de mayores la ejerzan por sí mismos, con prudencia, confianza y conciencia.
Artículo divulgativo basado en el libro: Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., en conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", Universidad de Ansted, E.U.A. Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona esta fuente: datamedbank-ec.com
Si este breviario le pareció interesante, compártalo con los integrantes de su círculo de influencias.
Auspicia: Dr. Gustavo Bocca P., Fisiatría, Gye. N, T. 04 2397416 - 0986866233