LABORIOSIDAD: (Aplicación, Actividad, Trabajo)
El trabajo debe ayudar al hombre a hacerse mejor, espiritualmente más maduro, más responsable, para que pueda realizar su vocación sobre la tierra, sea en comunidad con los demás, y sobre todo en la comunidad humana fundamental que es la familia. El hombre está hecho para trabajar, para caminar, para respirar. El trabajo es la fragua donde se fabrica este valor de la laboriosidad. El esfuerzo, la dificultad, el espíritu de sacrificio acompañan de ordinario a la tarea bien hecha. Para trabajar bien, la persona necesita poner en ejercicio mucho de sí, muchos valores y admitir la incertidumbre acerca de si alcanzará el final lo que se pretende, mantener esta esperanza y practicar la constancia, la paciencia y el tesón, sostenidos en el tiempo: son estos factores y valores indispensables ante toda tarea que se emprende. El perezoso, el holgazán, el flojo, el indolente son algo anómalo: el hombre no está hecho para vivir así, sino para el trabajo, para que con esfuerzo desarrolle su personalidad, su espíritu creador. El hombre necesita el trabajo para su propia perfección como persona. Junto a la tendencia a la comodidad, a la pereza, a no terminar lo que se empieza, existe en los hombres el impulso natural a la acción, al ejercicio de las capacidades que descubrimos en nosotros mismos. El hombre animoso y diligente está dispuesto a todo. Sin trabajo la persona se desmorona, se corrompe. Una breve sentencia de don Quijote lo expresa en pocas palabras: sepa Vuestra Señoría que todo el mal de esta doncella, se refiere a Altisidora, nace de la ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua, un buen remedio. La alegría en el trabajo: Un recorrido por la montaña permite descubrir rincones poco frecuentados donde al pie de una roca, casi escondidas, han crecido unas bellísimas flores. Son parte de la creación. Si la suerte nos permite mirar el cielo de noche en la oscuridad del campo, podremos ver miles de estrellas que cubren y alfombran el cielo por completo: cuenta, si puedes, las estrellas. Hay una alegría en trabajar bien; se descubre entonces el gozo ante lo que está bien acabado. Es el gozo de crear cosas, aunque se trate de un ladrillo, de una lámpara. Aparece ante nosotros el fruto logrado. Es más fácil la alegría si uno se dedica al trabajo que le gusta, para el que se ha preparado, el que ha elegido: esa persona, si es activa y emprendedora, disfruta con su quehacer. Cuando no es así, porque son muchas las personas que no pueden trabajar en lo que quieren y les gusta, también es posible alcanzar alegría por diversos motivos. Lo importante es descubrir que todo trabajo que se realiza y se termina bien puede ser fuente de alegría, una alegría que la pereza agrieta. No rehúyas el trabajo penoso, ni a la labor del campo. La pereza es el enemigo, abre grietas alarmantes en cualquier trabajo y causa destrozos en cualquier obra buena: pasé junto a la heredad del hombre perezoso, y junto a la viña del insensato; y todo eran cardos y las ortigas la había cubierto, su cerca de piedra estaba destruida. Todo lo anterior se perdió. La pereza neutraliza las energías de la persona a través de pequeñas dejaciones, abandonos, omisiones, descuidos y tareas sin acabar. Es una pasividad permanente que deja pasar el tiempo de realizar. Es negligencia, apatía, indolencia y descuido de las cosas a las que estamos obligados; una repugnancia ante el esfuerzo. El perezoso elige las ocupaciones según su capricho y casi siempre las deja a medias, porque cualquier dificultad que surge le lleva a cambiar de asunto; se inventa excusas, a veces increíbles, para no terminar lo que comenzó. Es una tendencia a huir de los deberes y de toda tarea que causa disgusto o reclama sacrificio y esfuerzo. Comienza bien, pero no acaba: su incapacidad para un trabajo continuo, metódico y profundo le impide terminar bien. Hay en el perezoso bastante mezquindad y conformismo: al no ser capaz de emprender, deja que su imaginación construya castillos en el aire y así pierde el tiempo. Un poco dormitar, un poco adormecerse, un poco mano sobre mano descansando. Y le sobreviene como correo la miseria, como ladrón la indigencia. Como vinagre en los dientes y humo en los ojos, así es el perezoso para quien le encarga algo. Para sus compañeros de trabajo es una fuente de malestar: no acaba las tareas, se deja el material en casa, pierde, quizá, un documento importante, llega tarde. La pereza es un vicio: madre de muchos otros vicios, se dice; porque abre la puerta a no pocas tentaciones. El perezoso, a quien le faltan energía y voluntad, es fácil que caiga en cualquiera de ellas. No es consciente. Al dejar las cosas siempre para después, seguramente cuando quiera alcanzar algo, ya no podrá, habrá llegado tarde. Solo la austeridad y el empeño podrán sacarle de esa actitud, de ese clima tan relacionado con la tristeza, con una especie de ruina interna. El perezoso, si no se endereza, es un hombre fracasado, acabado. El gran valor de la atención: Las personas perezosas se echan atrás ante las dificultades. Y es bueno reconocer que este comportamiento significa un recorte de lo que es verdaderamente humano: el trabajo está inscrito en la naturaleza. El pensamiento clásico lo expresa con esta analogía: el caballo para correr, las aves para volar, el hombre para pensar y trabajar. Cuando el hombre no pone en marcha sus facultades, decrece. La atención: Atención significa empeño en mantenerse fijo sobre determinado asunto, sin dejar que se desvíe hacia otras cuestiones que, en un momento determinado, no son del caso. Lo contrario es un querer y no querer. Un desear y no empeñarse de verdad. Quien rechaza el esfuerzo de centrarse en su tarea no llegará a ser un buen profesional. Como se relaciona con la constancia y la tenacidad, sin ser propiamente un valor, la atención contribuye activamente a la laboriosidad y puede convertirse en actitud virtuosa cuando está orientada a trabajar bien por amor a los demás. Todos los trabajos son importantes: Quienes esparcieron sal en las aceras de la ciudad porque se anunciaba una gran nevada quizá pensaron que estaban realizando un trabajo menor. Sin embargo, bastantes transeúntes pisaron seguros, sin accidentes, al día siguiente; la sal evitó no pocas caídas. Fue una tarea sencilla a pesar del frío; y los resultados, buenos. Muchos trabajos parecen poco relevantes, pero todos repercuten sobre otras personas y hacerlos bien es de gran importancia para la convivencia. Conviene ver las cosas tal como son: no es que un individuo anónimo echara la sal; sino que una persona como yo, con una historia y un presente, con el peso de su vida y sus preocupaciones, trabajó para mí; cumplió con el encargo de su empresa en esa jornada de trabajo y lo hizo bien. Las tareas profesionales son testimonio de la dignidad de la criatura humana; vínculo de unión con los demás: fuente de recursos; medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que vivimos y de fomentar el progreso de la humanidad entera. El trabajo bien realizado es un factor esencial para los hombres y mujeres corrientes. La grandeza no está en la categoría de las tareas, como es natural, sino en las personas: Ninguna ocupación es por sí misma grande o pequeña. Todo adquiere el valor del amor con que se realiza. ¿Qué sería de nosotros si alguien, unas personas bien cualificadas, no se ocuparan de nuestro bienestar? No podríamos ni dormir, ni salir a la calle en buen estado; llegaríamos a casa y no encontraríamos qué comer, con qué vestirnos mañana dignamente. Entre la multitud de profesiones, el cuidado del hogar y de las personas es la más importante, la prioritaria y más necesaria. Una visión simplista y poco humana en el fondo ha minusvalorado el trabajo que se realiza en una casa. Es, sin embargo, una tarea que requiere el ejercicio de las mejores cualidades de la persona, la puesta en práctica de casi todos los valores: caridad, paciencia, benevolencia, humildad, generosidad, elegancia, prudencia, respeto, optimismo, fortaleza, responsabilidad. Todos al servicio de la felicidad de los demás. Cualquier trabajo es testimonio de la dignidad del hombre; por eso no tiene sentido hacer valoraciones negativas sobre quienes desarrollan empleos que se consideran de poco prestigio. El buen trabajo compartido: Los artistas trabajan en solitario, por regla general. Precisamente, el proceso creativo necesita silencio y soledad. Pero casi todos los trabajos se realizan en grupo, en equipo, conectadas y orientadas todas las personas a producir, gestionar, enseñar. La comunicación es importante en el trabajo en equipo. Cada persona debe sentirse integrada en el conjunto; además de adaptarse a la tarea a realizar, todos deben conocerse entre sí, aceptarse y respetarse mutuamente, ser flexibles, ser leales con los demás, ayudarse ante lo difícil y costoso. El ejercicio de estos valores es difícil porque las relaciones personales son siempre muy complejas; sin embargo, cuando faltan estas actitudes el clima de trabajo se enrarece, decae la motivación, decrece la productividad. Trabajar en grupo requiere responsabilidad individual: cada trabajador debe llevar a cabo su tarea y desempeñar su función. Cuando alguien no cumple, el trabajo del resto se retrasa, alguien carga con más tarea, surgen enfados y reproches. Muchos buenos profesionales, en el sentido de ser muy capaces, desarrollan un individualismo con el que antes o después destruyen la cohesión entre los demás. Cuando aparece la competitividad movida por la ambición, el deseo de protagonismo y el afán de imponerse sobre los otros, se rompen las buenas relaciones entre todos, se crean divisiones. Ser solidario en el trabajo significa renunciar a intereses personales en pro del buen trabajo de todos. Esto es así porque la condición para que una actividad humana marche adelante es la confianza entre las personas. Ante situaciones complejas, en las que no se pueden ver con claridad todos los aspectos, conviene analizar las propias intenciones para actuar con rectitud, y nunca utilizar armas prohibidas, sino buscar cuál puede ser la solución más adecuada.
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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE. Conozca sus fortalezas, T. Rath. Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com
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