HUMILDAD: (Obediencia, Sencillez, Benignidad, Docilidad)
Es actuar conociendo las propias limitaciones y debilidades y obrar en consecuencia, sin falsedades, ni engaños. Ser de condición benigna y suave, no malo, ni bravo. Significa decir no a la soberbia, al orgullo, a la vanidad y a la altanería. Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que apasionado soberbio. La persona humilde no niega que haya en su vida frutos, muchos y buenos, por ejemplo: La humildad, la gratitud y la alegría, son entre muchos otros, tres valores íntimamente unidos, que acompañan siempre a toda persona de bien. La humildad no está en buscar la humillación por sí misma, en el desprecio propio, en ser desventurados, en tenerse tristemente en nada; tampoco está en carecer de prestigio, ni de la fortaleza que el humilde ejercita cuando es necesario. Un hombre que iba a pintar la pared de un jardín cogió la espátula para quitar las capas anteriores de cal; le preguntaron por qué se entretenía en esa tarea: antes de pintar, hay que raspar, fue su escueta respuesta. Es admitir con realismo el lugar que ocupamos en el mundo y ante los hombres. Moderar nuestros deseos de fama y reconocimiento: Descubrir lo bueno que existe en nosotros, hacerlo rendir y llenarnos de gozo por los dones recibidos, por tanto, la humildad tiene poco que ver con la pequeñez o la mediocridad. Miedo a ser humildes: Sin embargo, la mayoría de los hombres no quieren ser humildes. A otros muchos, que desean y buscan este valor, les resulta difícil alcanzarlo. ¿Qué ocurre con la humildad?: deseada por algunos y rechazada por otros, mal conocida y mal interpretada, buscada y al mismo tiempo, poco ejercitada. Con frecuencia se teme: parece que la humildad nos podría arrinconar a un lugar invisible en el que nadie se hará cargo de nosotros. Cuando en la vida corriente se dice de una persona que es muy humilde, casi parece un desprecio. Bajo esta expresión aparece la imagen de alguien al que nunca encargarían una tarea importante; de alguien que es de condición humilde; se suele decir: Es un humilde funcionario; no llegará muy lejos, se piensa. Y por contraste, las personas visiblemente soberbias no nos gustan y cuando hacen alarde de sus cualidades nos molestan, provocan rechazo. Dibujamos mentalmente a las personas humildes con rasgos de debilidad, inseguridad y temor; gentes relegadas, vergonzosas, sin prestigio ni brillo. Pero este dibujo es, más bien, una caricatura: la humildad es el reconocimiento de los dones del creador en nosotros y en los demás; es una actitud agradecida y alegre ante el bien: en esto consiste toda mi ciencia: en saber que por mí mismo no soy nada. ¿Qué ocurre con la soberbia? Diríamos que su raíz es la falsedad. Porque el ser humano, cada hombre, no es superior a otro. No es fuerte ni poderoso, no es seguro, no se sostiene por sí mismo, no es dueño de nada. Quien piensa y se siente con poder sobre su propia existencia se engaña. Quien se compara con otros para llegar a la conclusión de creer que es mejor es ignorante. Con frecuencia provoca el ridículo con sus afirmaciones y sus gestos. En cierta ocasión, un orador, hablando a un grupo de estudiantes sobre el valor de la humildad, comentó la dedicatoria de un autor a su libro: A mí mismo, con la admiración que siempre me debo. Existen personas que después de realizar un trabajo necesitan colocar el cartel de su nombre bien visible: a mí mismo. El orgullo es una clase de ceguera que impide captar la realidad; por eso, los actos que derivan de él no son certeros. A la persona soberbia se le escapa la realidad, la verdad sobre sí misma y sobre su entorno; tan convencida de su superioridad y excelencia, no ve el valor de los demás, desprecia las acciones de otros, no descubre la grandeza oculta en la sencillez. Y así se pierde lo más importante: andar en verdad. Desde el escalón en que se suben, estas personas juzgan negativamente a los demás, hablan continuamente de sí mismas, rechazan las opiniones ajenas, procuran la alabanza de los que las rodean, quieren tener siempre la razón, exigen un trato especial porque se creen superiores. y muy fácilmente el orgullo las conduce al egoísmo. Viven para sí. Esta forma de obrar, vivir en la soberbia, en el egoísmo, tiene consecuencias negativas que, quizá, la persona soberbia no sabe interpretar con acierto; se hace insoportable para los demás, que evitarán su compañía porque es desagradable. Y entonces tiende a pensar que los otros son injustos con él; se siente solo y poco querido, y tiende a cultivar rencores o se hace susceptible. La soberbia llega a provocar una espiral de infelicidad, una espada de doble filo que hiere sobre todo al que la maneja. La felicidad está precisamente en la dirección contraria, en vivir para los demás y poder decir no he venido a ser servido, sino a servir. La ausencia de verdad que contienen estas actitudes y sentimientos vienen a confirmar la sabiduría que encierra este pensamiento: la humildad es andar en verdad y quien esto no entiende, anda en mentiras. Mentir para quedar mejor ante los demás, aparentar, exagerar la gravedad de un hecho, minusvalorarse para que a uno le digan que no es para tanto, magnificar nuestros defectos para hacer ver el mérito que uno tiene en aguantarlos, apropiarse de los éxitos de otros. La soberbia lo empaña todo. Recuerden: La paz y el bienestar está en darse a los demás, en servirles, no en que le sirvan. Servir es reinar: El que se humilla será ensalzado, porque ha conocido y aceptado su realidad: es pequeño, muy pequeño, sabe que todo lo ha recibido del Creador. Ha encontrado y reconocido su verdad, ha visto que su grandeza consiste en haber recibido grandes regalos. Y como beneficio y premio recibirá más. Cuando los hombres se revisten de orgullo se creen autosuficientes, y nadie en realidad lo es, por mucho que resuelva por sí mismo. El soberbio hace el ridículo con mucha frecuencia. Quien se reconoce pequeño tiene confianza y vive con sencillez. El buen amor a uno mismo: Cada uno se ama a sí mismo más que a cualquier otro, porque tiene consigo mismo una unidad natural, mientras que con los demás no la tiene, sino que la unidad con el otro es por la semejanza: todos tenemos la misma naturaleza. El amor a nosotros es bueno. El amor a nosotros mismos debe ser siempre fuerte para poder llegar a amar a los demás de igual manera. Con seguridad se puede afirmar que el amor a uno mismo es necesario, es justo. Es bueno conocerse bien, aceptarse, reconocer la propia grandeza, admitir que tenemos defectos y carencias, saber que poseemos buenas cualidades, inteligencia suficiente, virtudes. Sin este reconocimiento de la valía personal, las personas pierden la confianza en sí mismas, se envuelven en miedos infundados y se retraen, la inseguridad les impide afrontar retos y emprender tareas más difíciles. Piensan que no pueden. Este amor a uno mismo pasa por cuidar la salud, la imagen personal, la propia fama, la comida y el descanso, vivir amistosamente con todos, cultivar las aficiones sanas, huir de ocasiones de riesgo, aprender cosas nuevas. Ninguno de estos hechos es egoísmo ni soberbia, sino la forma de responder adecuadamente a lo que somos por naturaleza. La verdad sobre nosotros mismos: La humildad verdadera es sencillez, veracidad, comprensión, amabilidad, confianza, benevolencia, desprendimiento, elegancia, generosidad, gratitud, mansedumbre, piedad, respeto, solidaridad. Un conjunto de valores que se ejercen sin alarde ni altivez, sino con la autenticidad de quien se sabe querido como si fuera un hijo único. Se trata de vivir entre los hombres como quien sirve, aunque se cuente con grandes bienes o una alta posición social o política. ¿Cómo conseguir este valor? Algunas sugerencias: Desearlo de verdad, como quien desea una joya de gran valor. Buscarlo con fe y esperanza, pues el que busca encuentra. Darse a los demás sin alarde. Aceptar las ofensas sin reaccionar con dureza. Ser sinceros. Servir con sencillez a quienes nos rodean. Interiorizar y aplicar a diario al menos los siguientes valores morales primarios: Responsabilidad, Respeto y Honradez.
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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE. Conozca sus fortalezas, T. Rath. Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com
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