GRANDEZA: (Magnanimidad, Generosidad, Dignidad)
Magnificencia hace referencia al que tiene el alma grande para dar, para donar grandes bienes a favor de los tiempos y de los demás, obras en beneficio de la sociedad. Es elevación del ánimo y disposición para acometer magnas obras a favor de los hombres, generosidad para mirar a quienes nos rodean con una mirada benevolente, amplia, llena de esperanza, a pesar de errores reiterados, conscientes de su valía y de los tesoros que encierra ese hijo, ese amigo, aunque en aquellos momentos esta capacidad esté oculta y haga su aparición. Por el contrario, lo negativo, lo feo, lo sin sentido. Este valor es esencial para la convivencia; es la que permite remontar situaciones difíciles. Se ha dicho que uno es, o llega a ser, aquello que los demás piensan que es, o lo que tiene capacidad de ser. Por el contrario, el ánimo estrecho, la visión negativa hacia los demás, el juicio pequeño, raquítico y pobretón, impide volar alto. Esa capacidad de apreciar mejora el alma propia y la hace especialmente apta para comprender, facilita las confidencias y permite alentar a las personas a ser mejores. Ese aprecio tiene la virtud de acortar distancias y de facilitar la sinceridad, tan necesaria en la dirección espiritual y en la vida misma. Cuando las personas se sienten comprendidas y estimadas, se crecen en sus mismas posibilidades y llegan a metas que parecían inalcanzables. Es una ayuda no pequeña. Engrandece al hombre: La magnanimidad nos hace capaces de perdonarlo todo de todos y de restaurar un estado en el que parecía perdida la capacidad de entendimiento, donde era difícil poner buena cara y seguir adelante. El temeroso maltrata y fastidia a los demás con su pequeñez y cortedad de miras. Aristóteles elaboró un estudio preciso de este valor humano tan relacionado con la fortaleza. Nos dejó un penetrante retrato del noble, a quien describe con sencillez: es un hombre reflexivo y sagaz, puesto que es capaz de ver lo que le conviene en cada ocasión y de hacer grandes gastos con la mesura necesaria. Este valor consiste en la disposición del ánimo hacia las cosas grandes, siguiendo a Aristóteles, la llama ornato de todos los valores, porque otorga a todos ellos, incluso a los más pequeños, un toque de brillantez y de belleza. El generoso se plantea ideales altos y se amilana rara vez ante los obstáculos. No se deja intimidar por los respetos humanos ni por un ambiente adverso, y tiene en muy poco las murmuraciones y las habladurías. Le importa mucho más la verdad que las opiniones, con frecuencia parciales y falsas. Por Él y por los demás es capaz de emplear grandes sumas de dinero en obras buenas con corazón alegre; recibe los bienes materiales para hacer el bien. El orgullo, por el contrario, nace de un alma vulgar y de un espíritu poco noble; en cambio la humildad se encuentra en un corazón generoso. No hay humildad que no vaya a la par con la magnanimidad; no hay orgullo que no provenga de la pusilanimidad. Magnificencia: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos, la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos para emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en él desinteresado; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Proponerse cosas grandes para el bien de los hombres, o para remediar las necesidades de muchos, puede llevar en ocasiones al gasto de fuertes sumas de dinero y a poner los bienes materiales al servicio de grandes empresas. Y la persona grandiosa sabe hacerlo sin asustarse; valorando con el valor virtuoso de la prudencia, todas las circunstancias, pero sin tener el ánimo encogido, aliviar a los hermanos más necesitados, promoviendo obras de enseñanza, de cultura, de asistencia material y sanitaria. Este valor ensancha el corazón y lo hace más joven y valeroso. Lo contrario es ser pusilánimes: La mengua, que impide el progreso en el trato consiste en la incapacidad para concebir o desear cosas grandes, y queda presa en un espíritu raquítico y rústico. También se manifiesta en una visión pobre de los demás y de lo que pueden llegar a ser. El hombre mezquino tiene horizontes estrechos, vive resignado a la comodidad de ir tirando. Y mientras no supere ese defecto, nunca se atreverá a comprometerse: todo le resulta demasiado grande. Pusilánime es aquel que se cierra a la grandeza, que sí es capaz de alcanzar. Causas de este vicio: una de ellas es la cobardía, un temor a fracasar en empresas de las que falsamente piensa que superan la propia capacidad. Pedir con largueza: Pedir cosas grandes, incluso imposibles. Cuántas sorpresas. A veces, ese es el horizonte de nuestras peticiones. No es infrecuente que nos quedemos muy cortos en la petición, en las pequeñas necesidades diarias: aprobar un examen, encontrar unas llaves. Un horizonte pequeño, de gente pequeña. Pedir cosas grandes: Magnificencia: El magnífico, a pesar de situarse en un extremo, en el sentido de que realiza la obra más grande posible, tiende a ese objeto de forma moderada y según un orden justo, buscando un fin que justifica la realización de esa gran obra. Por tanto, a pesar de que la magnificencia implique cierto exceso, no quiere esto decir que sobrepase el límite fijado por la recta razón. Los gastos que realiza el magnífico poseen una grandeza que guarda al mismo tiempo el debido orden, porque responden a la condición y a las circunstancias de la persona que los lleva a cabo y son proporcionales al fin por el cual se hacen. Se opone a este valor la falsa grandeza, que ambiciona con sus obras honores y alabanzas, el gusto por la adulación, la jactancia. Dedicarse generosamente y con sacrificio a una labor, quizá poco común en ese ambiente, y mendigar parabienes, es vanagloria, signo evidente de que en aquella obra noble se han introducido la vanidad y el egoísmo. Ser rico es un gran bien si la riqueza se emplea en cubrir las necesidades de otros. La magnanimidad es la virtud de las cosas grandes a favor de los demás. De modo especial están llamados a ser magníficos los ricos que adquieren sus bienes de forma lícita, Por el contrario, los vicios opuestos a este valor son la avaricia, la vulgaridad y la mezquindad.
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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE. Conozca sus fortalezas, T. Rath. Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com
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