FORTALEZA:  (Vigor, Ánimo, Robustez) 

La fortaleza asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, llegando incluso a la capacidad de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa.  Además, reafirma la decisión de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida. La virtud de la fortaleza lo hará capaz de vencer el temor, incluso a la muerte y de hacer frente a las pruebas del diario vivir. Reafirma el valor de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos. Sirve para que con la fuerza y vigor que produce se pueda vencer la timidez y saber huir de todas las malas tentaciones mundanas.  Valor necesario para vivir y convivir; Juicio también de otros valores que sin él no pueden sostenerse: serenidad, alegría, optimismo, paciencia y todos los aspectos relacionados con la vida familiar. La fortaleza es el valor que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Capacita al hombre para vencer el temor, incluso a la muerte, y hacer frente a las pruebas y a las vicisitudes. Este valor, por tanto, tiene una doble función en la vida del hombre: por un lado, asegura y, por otro, capacita. La esencia de este valor no está tanto en vencer dificultades como en obrar el bien a pesar de esos inconvenientes, de lo difícil y arduo que se presentan. Conscientes de nuestra fragilidad y de los innumerables riesgos, todos, buscamos seguridades en las que apoyarnos. No somos fuertes por naturaleza, sino débiles. El primer ejercicio que deberíamos realizar es poner todos los medios, enseguida, para no dejarnos hundir por las dificultades. Cuando los proyectos se vienen abajo y se cierra y oscurece el horizonte o cuando perdemos a alguien muy querido y la tristeza intenta invadir lo más profundo de nuestro ser, en estas ocasiones aparecen dos opciones ante nosotros: esforzarnos por salir a flote o dejarnos arrastrar por el desánimo y la desesperanza. Son muchos los obstáculos que encontramos para alcanzar nuestros fines. Se oponen, por ejemplo, lo material y lo físico, que para conducirlo al orden que se pretende es necesario prestar atención para manejarlo bien. Las relaciones humanas son complicadas y sin un conocimiento de las personas y de sus circunstancias es imposible la buena comunicación. También en nuestro interior encontramos contradicciones y confusiones. La experiencia enseña que sin valor y fortaleza es imposible lograr la felicidad, que siempre está amenazada por los reveses de la vida. Hay temporadas en las que, cuando se apaga un fuego, aparece otro. Si falta fortaleza, la vida se hace pequeña. Sin la energía que proporciona este valor las personas se reducen a cumplir con lo mínimo, se crece poco espiritualmente y falta valor para conseguir metas grandes. Si el primer paso para adquirir este valor consiste en luchar decididamente, no derrumbarse ante el dolor, ni quedarse paralizado por la contrariedad, el segundo consiste en acometer: la fortaleza requiere siempre un esfuerzo para superar la debilidad, porque el hombre, por naturaleza, teme al peligro, los disgustos y sufrimientos que, a veces, paralizan. El hombre debe superar, en cierta manera, los propios límites, ser fuerte y superarse a sí mismo. Para alcanzar tal fortaleza el hombre necesita un motivo importante, una razón de peso, debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien, a sus amigos, a la familia. El valor de la fortaleza camina al mismo paso que la capacidad de sacrificarse. Conocemos situaciones límite en las que aparece la gran capacidad que encierra el hombre para soportar la adversidad. Viktor Frankl se refiere a las condiciones extremas de los prisioneros en Auschwitz, con frecuencia los mantenían desnudos y mojados a la intemperie a temperaturas bajísimas: estábamos ansiosos por saber, escribe, qué consecuencias nos traería, y a los pocos días comprobamos que ni siquiera nos habíamos resfriado. La vida cotidiana exige cierta dosis de energía para llevar a cabo hasta las tareas más habituales con orden y serenidad, con alegría y paciencia, con perseverancia, generosidad, justicia, prudencia, respeto, responsabilidad, tesón. Cada día ejercemos este valor no pocas veces. En una jornada cualquiera se presentan situaciones en las que se precisa un buen acopio de coraje y de paciencia: Levantarse a la hora prevista, No enfadarse con los hijos pequeños que discuten con pasión durante el desayuno quizá por tonterías, poner unas gotas de buen humor. Resistir un atasco de tráfico sin perder la calma. No airarse con las múltiples interrupciones, especialmente cuando estamos sumergidos en un asunto complicado. Responder con amabilidad y ayudar a quien nos pide un favor. Cambiar serenamente de tarea por otra más necesaria o urgente pero menos grata. Mantener la calma durante una reunión en la que alguien nos lleva continuamente la contraria. No retrasar, sin motivo justificado, esa tarea que resulta más difícil o costosa. Cuando es necesario tomar una decisión cuyas consecuencias pueden ser dolorosas. No perder el ánimo cuando ya es tarde y aún nos quedan muchas cosas por terminar. Son muchas las ocasiones. En estos casos, la fortaleza ayuda discretamente a no perder la alegría: descubrimos que estas situaciones son oportunidades para superarnos, entender que tales circunstancias son pequeños retos ante los que podemos crecernos. Si no lo hacemos así, nos asaltará pronto el mal humor y es fácil que después no sepamos ser amables, ni sonreír, ni hacer un favor. Sobreproteger a los hijos: un daño por exceso. El exagerado proteccionismo hacia los hijos tiende a no dejarlos nunca solos ante los inconvenientes. El excesivo proteccionismo crea en ellos una negativa dependencia de sus padres: son estos quienes ponen el esfuerzo, mientras que la posición del hijo es de pasividad; así no adquieren valores ni aprenden a ser libres. Flaco favor se hace a los hijos si se les protege de una manera tan exagerada que ellos mismos no van desarrollando progresivamente la fortaleza, seguridad e independencia para ser capaces de enfrentarse por sí mismos a las situaciones que vayan encontrando en la vida. Ante las tentaciones existe en nuestro interior una dificultad grande para hacer el bien. No nos atrae el mal directamente; sin embargo, nuestra inteligencia no discierne con claridad lo mejor, nuestros deseos tienden hacia el placer, el poder o el dinero, o todos a la vez. El control de estas tendencias es la fortaleza. A veces será necesario un gran acopio de fortaleza para: Ser honrados en los negocios. Vivir la castidad de acuerdo con el estado propio. Controlar la ira y los enfados que son síntomas de debilidad. No dejarse influenciar por estilos y costumbres impropias. Este modo de vivir contrasta con muchos ambientes sociales. Fortaleza y templanza se necesitan mutuamente, una protege a la otra. Fortaleza para ser coherentes: Se precisa fortaleza para vivir de acuerdo con lo que se cree, para aceptar el riesgo de la incomprensión antes que permitir rupturas entre lo que se piensa y lo que se vive. Los propios principios no deben abandonarse cuando las situaciones cambian. El ejercicio de la justicia reclama en muchas ocasiones gran fortaleza. Se trata de una actitud de firmeza, que busca, con naturalidad, hacer lo que se debe en el trabajo, en las relaciones con los demás, sin doblegarse ante las dificultades. Ser coherentes es también caminar contracorriente en un mundo que parece se aleja cada vez más de su creador y su verdad y desconoce o relega a un segundo plano los valores espirituales. Fortaleza de ánimo: Las emociones, que juegan un gran papel en nuestro mundo personal, favorecen o destruyen nuestra felicidad. Nuestro mundo interior puede ser luminoso o ser oscuro: depende del dominio sobre los pensamientos, las emociones y los sentimientos. Cuando las personas se dejan dominar por ideas pesimistas y las emociones negativas, se hacen frágiles en exceso y cualquier suceso, por poco importante que sea, les afecta en lo más hondo, le conduce a la tristeza o les lleva a un optimismo sin razón y produce constantes cambios de humor que influyen en su trabajo, en las relaciones con los demás, en las decisiones que deben tomar. Interiormente estable: Quien posee el valor de la fortaleza mantiene habitualmente un ánimo estable ante las contrariedades y los sufrimientos y se enfrenta a los obstáculos y a las dificultades no por ambición u orgullo, sino para obtener el bien, teniendo en cuenta sus propias fuerzas y juzgando adecuadamente el tamaño de los obstáculos. El valor de la fortaleza, al darnos un ánimo estable, nos permite mantenernos serenos para tomar las decisiones más oportunas y prudentes. Nos hace más libres no solo con respecto a nuestras pasiones y sentimientos, a los que ordena según la razón y la fe, sino también ante la influencia del ambiente, que trata de convencernos de que resistir en el bien no vale la pena, el hombre sabio está lleno de fortaleza. La mayoría no somos fuertes físicamente, sin embargo, es asequible para todos ser fuertes interiormente, conocerse bien a uno mismo, sacar partido de la experiencia adquirida, reconocer la importancia real de los acontecimientos. Los motivos: Se precisa un buen motivo, una razón importante para poner en marcha nuestra libertad y deseo de adquirir y practicar el valor de la fortaleza. Motivos para ejercer la fortaleza: el bien de los hijos, la salvaguarda de la familia, la defensa de los derechos justos, el ejercicio de la misericordia hacia todos y más hacia los necesitados, la ayuda y el apoyo a los amigos, la defensa de los bienes de la empresa, el amor a la verdad. Ante la enfermedad: Contamos con el ejemplo admirable de personas conocidas y cercanas que, ante un diagnóstico grave, han reaccionado con entereza, sin descomponerse. Han pasado por operaciones de riesgo y procesos terapéuticos dolorosos, y les hemos visto serenos. Quizá pensemos que, si esto nos sucediera a nosotros, no podríamos reaccionar así, quedaríamos muy afectados ante el temor y el dolor. Joseph Pieper afirma que no se contraponen dolor, enfermedad y miedo: se puede ser fuerte, aunque uno sienta temor. Es normal sentir miedo. Se puede ser valiente en estos casos, si antes, se ha ejercitado este valor. Dominar la imaginación: la fantasía sin control agranda los males. Estar serenos, porque es muy importante no amargar a las personas de alrededor ni aumentar su preocupación. Crecer espiritualmente y adquirir un sentido más profundo acerca de lo que significa vivir y ser hombres y mujeres con temple. Emplear bien el tiempo de obligado descanso para curarnos. Adquirir paciencia, avivar la esperanza, ser más abnegados. Solo con fortaleza se puede afrontar la muerte con serenidad; y esta serenidad permite elevarse sobre el natural temor a morir. Con serenidad se puede mirar la eternidad como el destino inexorable de todos los hombres y admitir que «lo nuestro es pasar, pasar haciendo el bien a los demás.

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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE.  Conozca sus fortalezas, T. Rath.  Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com

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