APRENDA A ENVEJECER

 

Es una asignatura difícil. En esta etapa, la vida es muy distinta, y para adaptarse es necesario, en primer lugar, reconocerlo humildemente. Asignatura que, por otra parte, no se puede elegir, y en la que tampoco se dan aprobaciones generales. Envejecer es un arte, y por eso requiere aprendizaje. En ello se pone a prueba toda la vida. La vejez invita a mirar dentro de nosotros y descubrir allí el tesoro de la experiencia, de los recuerdos y de tantos conocimientos adquiridos. Dormir mal, notar un extremo cansancio sin estar precisamente enfermo; padecer un centenar de malestares hasta hoy desconocidos y ahora, intensamente sentidos, sin saber qué nos pasa ni a qué se deben. Además, estos males nos pueden parecer una injusticia, mientras otros los ven naturales. Quizá sea un poco exagerado, pero físicamente las cosas pueden ser así y es conveniente admitir esta realidad para que no crezca una rebeldía contra la vida, la naturaleza o el Creador. Como consecuencia de esos estados, en el plano emocional aparecen otras secuelas: surgen inseguridades y temores; quizá también el afán de acumular cosas por si acaso son útiles en algún momento, como si de esta forma se pudieran evitar males y carencias improbables. Se presenta la idea no de haber aprovechado bien la vida, la amargura por lo que se ha hecho mal. Saber envejecer consiste en elaborar una estrategia que permita distinguir lo posible de lo imposible, combinar la abnegación con la esperanza, los proyectos con las acciones realmente asequibles. Y saber que puede llegar el momento en que ninguna de estas cosas se podrá llevar a cabo porque puede que fallen la inteligencia y el razonamiento. Entonces la perspectiva es dejarse ayudar, llevar, conducir. Convivir pacíficamente con tan abundantes molestias requiere la madurez que proporcionan los valores que se han hecho vida propia; sin ellos, los últimos años de la vida se hacen más penosos de lo que son. En la vejez solo podemos aceptarnos si edificamos nuestra vida, lo que aún reste, sobre cimientos sólidos. Un conjunto de consejos prácticos nos podría ayudar a enfocar bien estas circunstancias: -Cuidar nuestra imagen exterior día a día. Que al vernos se alegren el espejo y los ojos de los demás. -No conviene encerrarse en casa ni en la habitación. Es muy bueno salir a la calle y al campo de paseo. -Hacer ejercicio físico, si se puede. -Evitar actitudes y gestos de viejo derrumbado: la cabeza gacha, la espalda encorvada, arrastrar los pies. Unas veces es evitable, otras, no. Hacer lo que se pueda, pero esforzarse. -No hablar de la edad para quejarse de los achaques. -Cultivar el optimismo sobre todas las cosas. -Tratar de ser útil a uno mismo y a los demás. -Trabajar con las manos y con la mente. -Mantener vivas y cordiales las relaciones humanas. -No pensar que todo tiempo pasado fue mejor. No pocas veces fue peor. Son sugerencias que salen al paso de las tendencias más comunes y de las inseguridades y temores que surgen con la edad avanzada. Son los valores morales, adquiridos y practicados desde siempre, lo que permite que esta última etapa de vida en la tierra, a pesar de ser probablemente la más difícil de todas, sea lo más serena, y nos impulse a decir: Hasta hoy, valió la pena vivir mi vida. Nota: Nunca es tarde para aprender, usar o enseñar los valores morales, pilar de todo éxito, paz y bienestar.

 

Artículo divulgativo basado en el libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C.