CARIDAD: (Compasión, Humanidad, Consideración)

Es el valor por el cual amamos a nuestro prójimo,  como a nosotros mismos. Tal valor se manifiesta como compasión al comprender el sufrimiento de otras personas. La caridad es más intensa que la empatía, es el deseo profundo de aliviar, reducir o eliminar por completo la amargura ajena. También nosotros estamos llamados a dar atención, interés, aprecio, comprensión, ayuda, cuidado de su salud a todos; a dar el tiempo, el descanso y la vida paso a paso. El mismo cumplimiento de los deberes sociales y profesionales es una oportunidad de ejercitar la caridad. En cualquier ambiente, cualquier situación, cualquier día del año, podemos crear a nuestro alrededor un clima de caridad, de paz. Aunque mantenemos una fuerte inclinación al amor propio y a llevar a cabo nuestras preferencias por encima de todo, existe en nuestro interior un impulso natural, aún mayor, que nos reclama ser generosos. Se unen a esta vitalidad para responder bien a esa voz íntima que sugiere: sé amable, ayúdales, acompáñalos, escúchalos, sírvelos, perdónalos. La caridad es, además, el distintivo y la señal por la que reconocerán que eres un ser  que ha desarrollado su dimensión espiritual. Si no tengo caridad, las obras buenas quedan vacías. No son nada: una simple campana que resuena. La persona que no sabe amar, que no quiere amar, se convierte además en un peligro para los otros. No quedan indiferentes. Conocemos las consecuencias de la falta de amor, los efectos del pesimismo, de la indiferencia, del rencor, de la venganza. Por el contrario, la caridad nos salva, redime, eleva, purifica, da una visión más profunda de la realidad. Salva porque, al haber nacidos para amar y para ser amados, todo el bien que deseamos se alcanza a través del amor que se da y del que se recibe. Por más que a un cadáver se le vista de oro y piedras preciosas, cadáver sigue. 

Algunas manifestaciones de la caridad: La caridad es paciente: sabe esperar y aguarda el momento oportuno, soporta el dolor, no pierde la alegría y el buen humor, resiste la adversidad, cede sus derechos en favor del otro. Es servicial: descubre los apuros y carencias del prójimo y no huye de quien necesita ayuda; hace favores. La caridad encuentra tiempo para los demás. Con frecuencia oímos estas expresiones: ¡no tengo tiempo!, o ¡estoy ocupadísimo! Pero, ¿para qué no tienen tiempo?, ¿no se esconderán otros motivos? Cuando hay amor, hay tiempo. El amor alarga el tiempo o lo achica en función de la generosidad. La caridad no es envidiosa: se alegra de lo bueno que tienen y reciben los demás; no se presta a comparaciones ni desea lo que otros tienen para no ser menos que ellos. Vive en paz con lo suyo, ve con buenos ojos que otros sean mejores. No es jactanciosa, sino humilde; no se engríe ni se considera superior; actúa con sencillez. La caridad prefiere el bien ajeno por encima del propio, es sacrificada, desprendida y generosa; renuncia a la comodidad para que los otros estén contentos. No se irrita, porque sabe dominar los enfados, sabe que estos pueden herir y hacer sufrir a los demás. No piensa mal: a pesar de las apariencias, no juzga negativamente y reconoce su ignorancia; disculpa con benevolencia. No se alegra de la injusticia, como les ocurre a los cínicos. Se complace con la verdad y no la teme. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta: el poder de la caridad es capaz de lo que nunca pensó alguien que podría sobrellevar. Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos. Por amor se puede admitir lo que parece imposible, se puede esperar lo inalcanzable, se puede sufrir sin perder la paz. La caridad todo lo excusa. Trata de disculpar las ofensas infligidas por los hombres. Sabe que en el corazón del hombre hay mucho más amor que rencor. La caridad no acaba jamás: es lo único que puede traspasar la frontera de la muerte, porque aguas inmensas no podrán apagar el amor, ni los ríos ahogarlo.  La caridad es el sello de garantía del hombre bueno: Nada es bueno si no lleva la señal de la caridad: una persona sin caridad representa, en su nivel más hondo, una contradicción tan flagrante como un hombre sin naturaleza humana, como una circunferencia rectangular. Amad a vuestros enemigos, la caridad es un deber natural: Sin embargo, nos es difícil actuar así y amar con hechos porque no somos buenos. A pesar de la dificultad, ejercer la caridad es deber irrenunciable, si cada persona quiere alcanzar un poco de felicidad. No debemos olvidar este principio: la felicidad consiste en dar y darse a los demás. La caridad ofrece como frutos el gozo, la paz y el bienestar. 

Los cimientos de la caridad: Por la importancia que tiene la caridad podemos considerarla como valor aislado; y, al pensar en el como la más excelsa, contemplarlo en solitario, como si las personas pudieran, por las buenas, amar y ser generosas con los demás. En realidad no es así: la caridad siempre necesita el cimiento sólido de los demás valores: paciencia, benignidad, justicia, veracidad, sencillez. Si la caridad no usara del amor humano, carecería de fuerzas, lo mismo que le ocurre al espíritu desasistido de energías físicas.  Es posible dar sin amabilidad, servir con mala cara, ayudar con acritud, oír en lugar de escuchar. En estos aparentes servicios no hay caridad porque falta amabilidad, porque hay tristeza o despecho, no hay benevolencia ni comprensión. Y por otra parte, la caridad da sentido y valor a todas los valores. Sin ella flaquean, quedan vacíos, sin contenido. La caridad abre camino, el egoísmo lo cierra. Los valores humanos son el cimiento y permiten que la caridad sea efectiva, sea realmente un bien, un buen servicio, ayuda eficaz, comprensión profunda, afecto verdadero, perdón sincero y verdadero, auténtico consuelo, compañía que conforta. Suele ocurrir en ocasiones en los recorridos de montaña, al volver, cuando ya todos están más cansados, al encontrar nuevas señales, alguien suele decir: ¿por qué no tomamos el atajo? Y casi inmediatamente, el más experimentado del grupo suele añadir: no olvidéis el viejo adagio: no hay atajo sin trabajo. Es decir, con frecuencia se paga un poco caro el intento de atajar. Debilidad e ignorancia limitan la caridad: Si el ejercicio de la caridad produce de inmediato un bien doble, si cada uno de nosotros atisba con cierta facilidad el beneficio de cada acto de aprecio hacia el otro, si cuando elegimos ayudar y servir alcanzamos un grado de felicidad al dar, ¿por qué con frecuencia nos resulta tan arduo actuar con caridad? ¿Qué barrera nos impide la generosidad? Con frecuencia, encontramos en nosotros una debilidad difícil de vencer, una inclinación muy fuerte a la comodidad que frena nuestra capacidad para hacer el bien, nos inclina a lo más fácil y nos aparta de la decisión de amar con obras. También la ignorancia nubla la visión para elegir lo mejor. A cambio del ejercicio activo de la caridad, elegimos por error otros fines aparentemente más valiosos: dominar a los demás, sobresalir por encima de ellos, adquirir bienes materiales, satisfacer nuestros caprichos, dar rienda suelta a los impulsos menos razonables, dejarnos atraer por lo fácil y más placentero. Me pronuncio contra la persona cuando me niego a ver en ella el tú; cuando la identifico con el servicio que me presta, con la función que desempeña, con el número de la cama de hospital o con los otros que están a su lado; cuando, en vez de concederle nombre, le impongo un número; cuando reduzco sus cualidades, dotes o imperfecciones, a términos objetivos, como si se tratara de un problema científico; cuando, al creer amarla, amo el qué, no el quién. Cuando la trato impersonalmente, no como a una persona, única e irrepetible. El bien que hacemos a los demás se traduce en un bien para nosotros mismos: nos transforma, nos cambia por dentro. Somos los primeros beneficiarios de un acto de caridad con el prójimo. Contamos con la inteligencia para descubrir los verdaderos bienes, los mejores fines: aquellos que están de acuerdo con nuestra dignidad y grandeza. También contamos con la libertad que permite optar decididamente por el bien mayor: amar, vivir para hacer, al menos, un poco más felices a los demás, comenzando por los más próximos sin olvidar a los más lejanos. La caridad purifica la mirada para descubrir en el fondo de las personas esa necesidad de ser aceptado y acogido, comprendido. Todos buscamos recibir afecto y aprecio. Por eso estamos obligados a darlos a los demás. La caridad es activa y práctica. Es exigente que solicita no poner límites al corazón, reclama, en determinadas ocasiones,  el ejercicio de todas las valores a la vez, de todas nuestras facultades y sentidos: si llega el caso, todos los días realizamos con naturalidad gestos de cariño hacia las personas queridas: la caridad reclama de nosotros una ampliación de estos actos hacia todos los seres. La caridad se traduce en actos determinados y concretos o no es nada, es activa, no consiste en teorías. Se plasma en acciones. La caridad es la mejor medicina contra todas las enfermedades. La caridad constituye una actitud permanente de interés positivo y operativo, que nos hace ser y sentirnos responsables no solo de lo nuestro, sino también de todo lo que se refiere a los hombres y al mundo. La caridad se muestra en las obras, hace lo que debe hacer en cada caso. Es decir, el amor a los demás debe adaptarse a las especiales condiciones de cada situación. Cada mañana encontramos al prójimo en nuestro camino, con unas necesidades determinadas. Algunos días será necesario practicarla de manera particular en la familia o en el trabajo, en la facultad. Tiene poco que ver con la filantropía, por la que se ama a todo el mundo de modo abstracto y uno no se siente obligado a nada. Es un amor insuficiente y poco comprometido. Para convivir, servir bien: Él que quiera hacerse grande será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo. La convivencia, en la que están implícitos innumerables factores humanos, es sumamente compleja. Sin embargo, existe en el fondo de cada persona un gran poder, una libertad que le hace capaz de elegir el bien de los demás y dedicarse a ejercerlo diariamente: no pocas veces escuchamos una voz interior que sugiere y, casi, nos ordena ayudar, comprender, cuidar a quien tenemos cerca. Cuando obedecemos a esta ley, grabada en el corazón, aparece en nuestro interior una gota, un gramo, por lo menos, de felicidad; es el gozo de saber que hemos actuado correctamente y que alguien ha recibido un bien. Esta relación estrecha entre amar, servir y ser feliz, confirmado por la experiencia, señala una gran realidad y una gran verdad: lo natural para todos, es amar, pese a los íntimos obstáculos que a veces encontramos para actuar así. La vida corriente de todos los días reclama renuncia a la comodidad, a los propios juicios y preferencias en favor del otro. Tanto la mujer como el marido deben desistir de juzgar al otro y fomentar dentro de sí la confianza en la otra persona. La convivencia en familia, con los hijos, entre marido y mujer requiere un trato respetuoso y amable, una actitud generosa y benevolente, en definitiva, valores que se manifiestan en múltiples detalles. Son innumerables los aspectos y matices, incontables los instantes en los que el valor es imprescindible para salir adelante airosamente sin que surjan conflictos. y mejor aún: poder atisbar y prevenir la aparición de conflictos. La caridad requiere misericordia y benevolencia con los demás. Si alguien juzga, peca contra su prójimo porque, sin derecho alguno, se erige en juez, porque se arroga la facultad de penetrar en la vida ajena. No percibimos de los demás más que sus manifestaciones exteriores, sus palabras, sus actos, y esto que es tan poco revelador. La intimidad se nos escapa. ¿Quién sabría valorar sin error el peso de sus intenciones?. Aunque nuestros pensamientos sean veloces en muchos casos, el valor consiste en frenar a tiempo, sustituir la primera reacción por un acto de caridad que disculpa, por un reconocimiento sincero de nuestra ignorancia, por el respeto hacia esa persona. En este valor están representados todos las demás. Es la clave de todos ellos y en él tienen su plenitud. Solo quien ama vuela: sobrevuela por encima de defectos, límites, errores y los perdona siempre. Buscamos apasionadamente la verdad y la clave que colme de sentido nuestra vida y proporcione a nuestros afanes diarios el valor máximo posible: la respuesta consiste en servir, dar, querer con obras aquí, ahora. La caridad no pasa jamás: desaparecerán las profecías, las lenguas cesarán, la ciencia se desvanecerá, pero la caridad seguirá viva. Acérquese a elle, aumentando su espiritualidad. ¿Cómo? Dando, sirviendo y amando al prójimo, ahora y por siempre. Estas acciones le permitirán aumentar su espiritualidad y por añadidura, alcanzar el éxito, la paz y el bienestar en su vida.

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Artículo divulgativo basado en: El libro Pasó haciendo el bien, de Francisco Fernández C., Conferencias del Lcdo. Vidal Schimill de Escuela para padres y en la compilación "El poder de la verdad", de la Universidad de Ansted, E.U.A. historiaybiografias.com. Cuentos y canciones para compartir valores. Ed. de la Infancia. Conócete a ti mismo, Omraam Mikhaël Aïvanhov. Diccionario de la RAE.  Conozca sus fortalezas, T. Rath.  Se autoriza la reproducción del artículo, si se menciona como fuente: datamedbank-ec.com

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